Pacho Castro era un hombre sencillo, tenía la manía de mascar panela y chupar confite. Hasta que un día Zoilo Sinisterra, un muchacho muy necio, quien estaba convencido que aquello de la Maldición de viejo era un asunto pasado de moda. Pacho llegó a la iglesia, se dirigió hacia San Antonio de Padua, le oró pidiéndole dinero. Escuchó una voz que decía: “¡Sino pa´ mascá panela y chupá confite que te la doy!”. Y se dio cuenta que debajo del anda salía un ruido, y que una sombra se perdía en la oscuridad de la noche.