La fusión entre animal y humano parece ser un motivo que obsesiona a Maria Paula Bolaños. En Rana sucede algo parecido a lo que sucede en Camila, pero con una historia diferente y un tono también diferente. La niña se comporta como una rana y la rana como una niña. Rana es mascota y es a la vez personaje. En Rana, la madre es presentada cumpliendo su papel convencional de madre, quien marca el ritmo, el orden, el deber ser. Es quien da el soporte mientras la niña se identifica con el animal. Se siente quizás más cercana a la naturaleza. Y es quizás en este punto que el libro se conecta con la cultura de la niñez, pero lo hace sin concesiones. Los niños sueñan con ser libres como la rana, pero sueñan a la vez con que la madre les ponga límites sin saber que necesitan los límites, los niños patalean, como patalea rana: por fa, por fa, por fa… cuando les niegan sus deseos; los niños quieren tener una mascota que los acompañe. Una historia aparentemente sencilla, pero presentada de manera inteligente y ambigua a la vez, dejando en el lector múltiples sensaciones superpuestas a través de situaciones sutilmente sugeridas que actúan como un disparador. La psique del lector se llena de sensaciones, de sentimientos y emociones que se multiplican. Rana es un libro juguetón. Es una historia que recrea una típica situación entre una madre y una niña. Amor a primera vista, como dijo una lectora. El deseo de la niña es tan fuerte que salta de la pecera. De allí en adelante la historia se resuelve a través de un ágil diálogo entre madre e hija, madre rana, o madre madre. De nuevo la ambigüedad.